Son productos “no fitosanitarios” capaces de mitigar, reducir o evitar daños mediante las propias características intrínsecas de las plantas, permite a la planta desarrollar defensas ante distintas enfermedades, así como fortalecer el estado general de la misma, lo que la hace más resistente frente a plagas o situaciones de estrés.
La aplicación de los primeros fitofortificantes (fosfitos) para el control de enfermedades ya se postuló en los años 70, cuando se demostró que estas moléculas procedentes del Acido Fosfórico, también llamado Acido Fosforoso y/o Acido Ortofosforoso, podían controlar hongos de suelo, particularmente del género Phytophtora. Posteriormente se comprobó que, además de un efecto tóxico sobre Phytophtora, las plantas que habían recibido aplicaciones de fosfitos eran capaces de crear un entorno antimicrobiano mejor que las que no fueron tratadas.